Cuántas historias hay en el mundo. A veces, mientras viajo en un tren, me pongo a pensar…
Observo alrededor y veo tantas caras, miradas, ojos,
pieles, vestimentas. Gente que vuelve de
algún lugar y va hacia otro. Gente que
es esperada por algún otro, y gente por la que nadie va a preguntar hoy.
Vidas, caminos, historias, decisiones. Alegrías,
tristezas.
Confieso que siempre pensé que había una forma de vivir.
Algo que los demás sabían y yo no.
¿Por qué vivir y encajar parecía tan fácil para todos?
¿Por qué todos daban los mismos pasos, más o menos en el
mismo orden y tiempo?
¿Todos querían lo mismo?
Toda mi vida me la pasé pensado que yo era rara. Ante
sueños o deseos, una voz tras de mí me preguntaba: ¿Qué haría una persona normal
en este caso?
-Es que a veces los padres, o las personas queridas, se
convierten en una voz que retumba, opinando aun en situaciones que nunca han
vivido-
He estado mucho tiempo inmóvil, sin querer incomodar a
nadie con mi presencia. Todavía me pasa, es cierto. Es que hace muy poco
descubrí que ese es el nudo para destrabar la trama. Y tejer diseños nuevos.
Porque –y esta es la noticia del posteo-: no existe plan,
técnica ni método para vivir. No hay decisiones correctas o incorrectas. Sólo
hay decisiones. Porque no hay una meta donde llegar, un caminito claro y seguro
–aunque muchos sigan el estándar, y crezcan impolutos y estandarizados-.
Lo único que nos va a llenar el alma es haber caminado por
donde quisimos y pudimos, intentándolo, tratando de dejar lo mejor nuestro
dentro de esta vida efímera. Un camino que si es auténtico se ilumina con cada
paso, no antes, y por eso lo llamaré el camino del misterio.