8 de diciembre de 2018

Entre luces y sombras

Yo quería conocerte, si. Quería. Estaba dispuesta arriesgar, otra vez, con tal de sentir algo. Quise quererte. Quise conocerte, aunque sea de forma tibia, acercarme, saber algo de vos que nadie más supiera. Yo quise, M., hundir mi cara en tu pecho y olvidar un rato el dolor. Yo miré tus ojos una vez y encontré esperanza. Fuiste el primer abrazo que pedí, porque quería intentarlo, dejar de disimular mi tristeza, transformarla. ¡Casi que te quería! No sé, es tan rara la vida para mí. Todo fue como un sueño. Ahora te pienso y me imagino que tendrás quien te desvela, quien te interesa, quien te acompaña. Y no sorprende, porque siempre me pasa. Siempre es alguien más que tiene lo que yo no tengo, que hace lo que yo no puedo, y gana. Estoy muy enredada en mí, eso siento. Envuelta en mil soledades, que se acumulan como capas, me mecen y me abrazan, y me alejan de todo. Como un escudo, una casa propia blindada. Y cuando intento salir, no se nota. Eso creo. Me acerco y no se nota. Me acerco y no me ves. Entonces me alejo sin decir nada, porque tampoco te vas a dar cuenta que no estoy. Esto lo recuerdo como a esas noches de verano, eternas, vos sos el farol prendido en el medio de la noche, y yo solo un ente alado que se te acerca, encandilado, tratando de tener un poco más de tu magia y alumbrar la propia oscuridad. Y no se puede, ¿acaso no tengo nada para ofrecerte? Me parece que no, ahora. Me imaginé muchas charlas, ¡tantas! Donde te contaba algunos secretos de mi vida, pero cuando abría los ojos no estabas. ¡Y sé que afuera hay tanta gente que no es tan complicada! Así que andá, pues, yo no voy a decir nada. Voy a seguir viéndote brillar, rodeado de gente iluminada, alegre, feliz. Voy a seguir admirándote igual o más que antes, pero siguiendo mi camino sola, callada.